Osmán Morote, el poeta
Osmán Morote, el poeta
En este caso, el camarada Nicolás, subjefe del Comité Regional del Norte de Sendero Luminoso, debe optar por el arte o la política. ¿Podrá despojarse de su hoz, dejar de dictar la línea e insuflar optimismo revolucionario a sus bases partidarias, para convertirse en un poeta de verdad?
Nicolás es —o era— Osmán Morote, miembro del Comité Central del Partido, capturado en 1988, recluido en Canto Grande, Yanamayo y, finalmente, en Piedras Gordas. Un dirigente senderista que ya cumplió las tres cuartas partes de su condena, y que muy pronto deberá ser excarcelado. Mientras tanto, sus correligionarios sostienen que “es un prisionero de guerra en una trinchera de combate”.
Miembro VIP del provincianismo ilustrado, su padre, Efraín Morote Best, fue rector de la Universidad de Huamanga por largos años: un humanista y folclorista que influyó en su hijo, quien estudió Antropología y ejerció como profesor auxiliar en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad. Paralelamente, en el año 1962, inició su militancia política en la Juventud Comunista y, tres años después, en el Partido Comunista. Antropólogo de buenas maneras y hablar pausado; de rostro arrugado y apariencia tristona, Morote fue golpeado externa e internamente. En una época fue sancionado y acusado de derechista por sus propios compañeros. Además, algunos senderistas desconfiaron de él por haber sido el único dirigente nacional que sobrevivió a la matanza de Canto Grande. También desconfiaron cuando, en 1991, decidió celebrar sus 46 años en el pabellón 4B de Canto Grande. Ese derroche de individualismo le ganó una reprimenda de la dirigencia, del mismísimo Abimael Guzmán, pues en Sendero las celebraciones de cumpleaños se consideran pequeño-burguesas.
La poesía: Más allá del bien y del mal
Mano Alzada Editores ejerce su derecho a la irrestricta libertad de expresión y publica Ya no soy, simplemente somos, el último poemario de Morote, escrito entre 1994 y el 2010. Le llaman poeta proletario y la etiqueta le va como anillo al dedo cuando escribe versos como los del poema “Para seguir marchando”: “Para seguir marchando/ pues marchar y combatir de nuevo/ es el signo de la Clase,/ hay que despojarse de inútiles arreos,/ reajustar todas las filas,/ principalmente las ideas”.
Encasillar la poesía en burguesa, reaccionaria, proletaria o revolucionaria es regresar a la época de la Unión Soviética, al llamado realismo socialista: una estética rígida, figurativa y monumental que se alza como una mole frente al arte burgués “decadente”, que retrata a los obreros sonrientes y musculosos, o erigiendo gigantescas estatuas a Lenin y Stalin. Remite a las trasnochadas polémicas en las que un vehemente Trotsky sostenía que “cada clase dominante crea su cultura y, en consecuencia, su arte”; o a las discusiones sobre la no validez del arte por el arte; del arte puro versus el arte político.
Difícil reto cuando existe la autoimpuesta obligación de hablar de las masas, a las masas y para las masas. El estilo proselitista siempre ha desvirtuado la creación literaria, que termina confundiéndose con propaganda política pura y dura. Sin embargo, el espíritu colectivo y de arenga es considerado un mérito por los comentaristas del libro. Uno de ellos, el poeta radical y marginal Rodolfo Ybarra, sostiene que “es un testimonio expreso sobre la realidad social, el amor de clase, la brega, la solidaridad, los contratiempos históricos”. Lo define como une chanson de geste. Por su parte, el profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle-La Cantuta, Teodosio Olarte, sostiene que “sus versos son los de un militante que se siente comprometido en ese ‘somos’ de la clase que a través de su organización proclama: ‘Millones son los que mueven/ hacia adelante la rueda/ miríadas de puños rebeldes/ chispas de inmensa hoguera./ Son la misma luz del mundo,/ ante ellos todo se inclina/ garantes de la historia/ su larga marcha caminan’”.
El arte puro versus el arte político: difícil reto cuando existe la autoimpuesta obligación de hablar de las masas, a las masas y para las masas.
Al maestro con cariño
El tiempo se ha congelado cuando Morote, en su poema “No podrán”, escrito en el año 1997, dice: “Llegará el tiempo, exacto,/ la luz arribará precisa/ al fondo de los ojos/ y todo el paisaje crecerá/ de niños trigo forjando las espigas/ maíz mujeres organizándose en mazorca/ la chispa obrera en el parir del orto./ No podrán impedir que nuestra risa florezca nuevamente entre el pueblo”.
La esperanza, el ideal senderista, no ha desaparecido. Si bien Morote ha sido uno de los principales impulsores del Acuerdo de Paz, sigue apostando a futuro por la violencia revolucionaria. La lucha armada se retomará, pero no se sabe cuándo. Lo que queda claro es que no será en el corto plazo. El proyecto sigue vigente, como consta en el poema “Emergerán”: “Emergerán desde el abismo las corrientes inauditas y de los túmulos que el pasado adora no quedará piedra sobre piedra”. O: “Para seguir marchando hay que bregar/ y combatir de nuevo”.
Su voz es la de un militante-predicador, y ello queda claro en el poema “Otea los ríos”: “Sé tuerca y vértebra/ en la construcción sin pausa/ para conquistar los cielos por asalto”. (¿Dónde está la autocrítica? No hay arrepentimiento, aunque él fue uno de los que reconoció algunos “excesos y errores”).
También permanece intacta su sujeción al liderazgo del ex presidente Gonzalo. Morote sigue considerando como su maestro y guía a Abimael Guzmán, quien fuera su profesor de Filosofía en la Universidad. A él le dedica el poema “Lluvia”, cuya versión final es del año 2005, cuando ya había sido trasladado a Piedras Gordas. Acompaña al texto una recomendación bastante sugestiva del autor: “Recitarlo y cantarlo caminando” (sic). En la primera parte le pide a la lluvia que venga —la lluvia como metáfora de la revolución o del nuevo orden—, porque “en los senos resecos/ no encontraban los críos la ternura,/ el sustento,/ y engordaba la lágrima,/ el hambre mordía/ los pulmones del pobre”. En la segunda parte, cuando por fin llega la lluvia, le dice: “En recio ataque llegaste/ inundando la sequía, torrencial era tu marcha/ que la tierra estremecía”. (La analogía con la guerra vivida es evidente.) Y la exaltación al papel del líder máximo se intercala. Hay menciones “al que nunca desmaya, al Maestro que forja tu sangre”. Corona la idea el revelador párrafo final: “Millones son los que mueven/ hacia adelante la rueda,/ miríadas de puños rebeldes,/ chispas de inmensa hoguera./ Son la luz misma del mundo,/ ante ellas todo se inclina/ garantes de la historia,/ su larga marcha caminan”.
El libro y sus claroscuros
Pesa siempre el lado ideológico, social, realista. Entonces, cuando se permite hablar de sentimientos, termina en el cliché y en el lugar común, como en el poema Mas la carta, francamente malo, en el que intenta escapar a la temática de la lucha revolucionaria. Se lo dedica a María, manifestándole públicamente su profunda gratitud y llamándola “el amor de mi vida”: “Mas la carta que sale de tus manos diáfana, vibrante,/ cuando llega y cuento sus palabras,/ bebo vida y el calor me invade,/ siento que estás conmigo/ y reposas tu cabeza en mi hombro diciéndome ¡te quiero!/ Y yo no digo nada,/ tan solo me incendio de amor”.
El intimismo aparece tímidamente y se diluye muy rápido. No se permite excesos ni desbordes. Otro poema de amor, “Madera y fuego”, empieza así: “Hay luz y calor/ cuando aceptas que danzando en ti/ mis chispas se renuevan/ y un bosque infatigable de rojas, vivas llamas besándote,/ devoren tu corteza”. Pero el remate termina por rematarlo: “Saben los caminos/ que incluso de cenizas germinan y renacen los cantos,/ y el futuro florece y se despliega/ con madera y fuego”.
Son dos los poemas que nos conmueven. Uno muy simple en el que habla de la gotita fresca: “Rueda gotita fresca, tierna, semilla de agua, rocío sobre la flor, lágrima en la mejilla”. Un lado auténtico, sensible, que surge por momentos, para ser reprimido cuando empieza a hablar para el colectivo. Es el lado intimista que se desarrolla en el poema “Tu cárcel, no la mía”, lo que lo vuelve rescatable: “Muros yermos/ sonrisas agrietadas,/ sin flores, sin niños,/ sin cantos ni esperanzas,/ donde el grito sordo es el de las cadenas/ por suelos arrastrando las huellas que no arden,/ pegados a las rejas/ los dedos que no abren al sol ni una ventana,/ criadero de sombras engordadas por la ausencia,/ tu cárcel, no la mía”.
Pero no basta el encierro y la soledad. Cuando parece estar contactándose consigo mismo, lo gana la rigidez y el discurso militante que es lo que valora Teodosio Olarte, quien sostiene que la originalidad de la poesía de Morote “está en el tema revolucionario, el de una nueva sociedad socialista”. Permítanos discrepar: ahí nace el acartonamiento, el corsé.
Le cuesta mucho ser Osmán Morote hombre. No se permite el lujo de mostrarse débil, con dudas, con altibajos. No se abre, no derriba sus propias barreras. No llega a soltarse. No permite que el poeta salga y devele sus secretos. El dirigente-militante-miembro del CC, Nicolás, le ha ganado la guerra interna.