Yo también me llamo Perú: Parte 1: (des) Madre de Dios: No todo lo que brilla
Yo también me llamo Perú: Parte 1: (des) Madre de Dios: No todo lo que brilla
Un equipo de ideele viajó a Madre Dios y pudo comprobar, al menos en este caso, que la cosecha del oro es la miseria misma.
Un ingenio, dos carancheras, tres balsas gringo, cuatro dragas, cinco shutes con los que se remueve, se pica, se lampea, se succionan los cauces, los lechos y las playas de tres subcuencas y una cuenca de Madre de Dios. Afiebrados mineros artesanales, y una mayoría ya mecanizados, están cometiendo un ecosidio al buscar con desesperación láminas o escamas brillantes entre la arenilla.
¿Cómo separar el oro de la arenilla negra? Muy simple y muy peligroso: mezclándola con mercurio. Para ello basta un cilindro y un par de pies. La proporción de mercurio-agua es de dos a uno, pero siempre le echan un chorro de más para sacar hasta la última partícula. Y para exprimirlo, suficiente con un trapo. Según Óscar Zevallos, de la Asociación Huarayo, anualmente se arrojan cuarenta toneladas de mercurio al agua.
Pero ahí no termina la historia: falta quemar el azogue y que los vapores invadan el ambiente. Finalmente, el operario agarra el mercurio (¿con guantes?) y lo almacena (¿en su cuarto?).
Chimeneas en plena selva
Cuando el minero informal lleva su pedazote de amalgama (mezcla de mercurio, oro y tierra) a la tienda comercializadora, se la tasan al ojo, sin ningún análisis químico. Después lo hacen esperar mientras que, por arte de magia, un rincón de la misma tienda se convierte en refinería de oro. Refogan la amalgama en un quemador hasta que obtienen el metal reluciente, y solo entonces le pagan. Para refinar el oro usan mercurio y el humo contaminado sale al ambiente por una chimenea.
Por eso no es recomendable pasear por poblados como Mazuko, en los que el mercurio en el aire excede los mil miligramos por metro cúbico, y ese vapor venenoso se dispersa por muchos kilómetros a la redonda. El padre suizo Xavier Arbex vivió muchos años allí y manifiesta que tiene el sistema nervioso dañado por esa constante exposición al refogueo. “Si empieza con dificultad para respirar, cansancio, temblores, irritabilidad, dolor renal, es probable que el mal haya tocado a su puerta”, sostiene el religioso que optó por mudarse y, con una herencia recibida, construyó un refugio para niños con una vista impresionante del río Madre de Dios.
El mercurio se mantiene con terquedad en el medio ambiente. También se transforma en metilmercurio y sálvese quien pueda cuando ello ocurre: afecta a los suelos, al agua y a la vegetación. Cuando los mineros lavan la amalgama, inevitablemente derraman mercurio al río, a la laguna y al aguajal, que tampoco se salva. Es entonces que las bacterias del agua lo transforman en esa forma más tóxica aun, que termina afectando a los humanos cuando consumen el pescado contaminado por el metal.
“Habría que investigar cómo llega el mercurio a esas zonas. Es metal que llega al Callao con papeles, o sale de Yanacocha con papeles formalmente y después se hace invisible. Hay un sector público encargado de controlar esto, pero se hacen de la vista gorda”, manifiesta César Ascorra, de Cáritas-Madre de Dios.
Existen unos aparatos que parecen ollas, llamadas retortas, que sirven para recuperar el mercurio utilizado y evitan que el humo se vaya a la atmósfera, aunque la verdad la usan muy poco. Según Óscar Zevallos, “al obrero no le interesa recuperar el mercurio porque lo consigue muy fácil”.
“La retorta es más lenteja que el refogueo. Son mentiras esas huevadas”, sostiene un trabajador.
Shute, el terror de los bosques
El impacto que produce el minero artesanal con sus canaletas y carretillas es bajo frente al que generan las carancheras, balsas y dragas de los mecanizados, que causan verdaderos destrozos medioambientales. Pero el peor de todos es el shute, un armazón de madera con un tobogán alfombrado en plástico donde se deposita y se lava la arenilla.
Los divisamos en las pampas arenosas, encima de los cerros artificiales creados cuando se remueve la tierra.
Shute y maquinaria pesada son indesligables. Un cargador frontal, una retroexcavadora y un volquete son los aliados de esta técnica destructora. Las bombas de succión y las mangueras son su complemento. (El setenta por ciento del oro que sale de Madre de Dios es extraído de esa manera.)
La operación requiere de enormes canchas: esos espacios desérticos que exhiben su desnudez luego que se tumban y queman todos los árboles de alrededor. Ahí empieza el incansable trabajo de la retroexcavadora y del cargador frontal que van dejando un sinfín de hoyos, y del volquete que sube y baja descargando la tierra.
Para obtener un gramo de oro se deben remover siete metros cúbicos de tierra. Por eso el hábitat de los monos y aves no existe más en las zonas mineras. “¿Dónde van a habitar si en diez años se ha deforestado cerca de cien mil hectáreas de bosques? Basta mirar las fotos satelitales para ver los daños”, enfatiza Óscar Zevallos.
Otro método vampiresco es el de la chupadera que se realiza en tierra firme. Paso 1: Ubicarse junto a un río, laguna u otra fuente de agua. Paso 2: Talar todos los árboles. Paso 3: Bombear y formar lodo. Paso 4: Trasladar el lodo a una tolva.
Así, poco a poco, el paisaje se va transformando en una especie de cráter lunar por el hueco hondo que se va formando; tanto, que puede alcanzar los diez metros de profundidad.
“La tecnología es empírica y deficiente. En algunos casos se remueve material de zonas donde hay muy poco oro. Si hubiera estudios minerológicos no invertirían donde van a perder”, comenta César Ascorra.
Y, finalmente, no podemos dejar de mencionar las casitas flotantes que se han hecho famosas a raíz del decreto 012 que prohibía su uso, y que motivó el paro de la pequeña minería: las quince dragas grandotas y las sesenta medianas que navegan por el río Madre de Dios. Son capaces de remover miles de toneladas de tierra al día en la ribera de los ríos, sacando unos cien gramos diarios de oro. No tienen licencias ni pagan impuestos.
Excavar, excavar
En el paroxismo total, han llegado hasta a excavar lo que alguna vez fue el cementerio del pueblo Choque, enterrado completamente debajo de una capa de arena. Junto con la arenilla, el cargador frontal removió los huesos humanos. Como represalia, la población logró paralizar al shute.
Pero generalmente no ocurre eso, y la minería se expande. “Si no paran esta actividad en cinco años, ya no existirá nada. Cada vez llegan más. Huepetuhe tiene veinte años, acá no tenemos ni dos y ya estamos con un área similar que da miedo”, exclama Alfredo Brasco, presidente de la Asociación de Reforestadores, que se ubican en las márgenes de la carretera Interoceánica, entre el kilómetro 98 y 110, donde actualmente hay once poblados mineros. Brasco sostiene que empezaron a detectar mineros informales que estaban invadiendo sus áreas. “El Ministerio de Energía y Minas estaba dando autorizaciones para explotar en nuestros terrenos. Fuimos a Lima, nos entrevistamos con Brack cuando todavía no era ministro, pero no conseguimos el apoyo y ahora lo estamos lamentando”, añade.
El Ministerio de Energía y Minas tiene una grave responsabilidad. Ha dejado a dos funcionarios la tarea titánica de la fiscalización, mientras que en Lima fueron aceptando todos los petitorios que llegaban, con la mayor irresponsabilidad (¿y con algunas coimas?). Según Édgar Cáceres, responsable de la oficina regional de dicho ministerio, “no nos transfirieron presupuesto para ejercer nuestras funciones, necesitábamos más de diez fiscalizadores”.
Hasta la fecha solo hay alrededor de cincuenta explotaciones saneadas con su certificación ambiental bajo el brazo, y en ésas el ministerio debió verificar que se cumpliera con los estándares mínimos, como los de seguridad e higiene minera, uso adecuado del mercurio y utilización de retortas, así como el manejo de los relaves para que dejen de fabricar más desierto.
Sin ton ni son
Los que excavan y se van enfermando sin darse cuenta son jóvenes ambiciosos y aventureros, migrantes de Cusco, Puno, Abancay y Arequipa, que llegan a una tierra sin ley y se mimetizan con la degradación. Se trabaja a una temperatura promedio de 35 grados, en las noches suelen estar con la mitad del cuerpo sumergido en agua, sin la ropa adecuada (¿cascos?, ¿qué es eso?). Viven en los campamentos que son chozas cubiertas con plásticos azules, o carpas, si la suerte los acompaña.
Los accidentes están a la orden del día, y cuando algún operario muere, su cadáver se lo lleva el río. El padre Arbex sostiene que hay un número considerable de desaparecidos.
El metal los encandila y la vida pierde valor ante el estímulo de la ganancia rápida: “En un día se sacan veinte gramos de oro como mínimo. La cuarta parte les corresponde a los obreros. Como el oro está a cien soles el gramo, pueden sacar unos 125 soles al día”, manifiesta Óscar Zevallos.
“Se puede ahorrar si no tomas”, nos dice Mario, el chofer de una de las decenas de camionetas que recorren los campamentos. Él regresará con sus ahorros a Cusco a fin de año para poner un negocio.
Pero casos como el de Mario son la excepción. Según Zevallos, el sistema es cruel. “El peón no tiene dónde guardar el dinero y lo que hace es consumirlo en alcohol y prostibares”
Final de horror
Rompen las paredes de los bosques. El suelo se degrada. Lo lavan como si le pasaran un trapeador con detergente. Las fosas enormes y las zonas inundadas se quedarán así de aquí a la eternidad. ¿Alguien tiene la fórmula para restaurar un suelo al que se le ha eliminado toda la cobertura vegetal?
Los cauces de los ríos se han ensanchado, han perdido la figura.
Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas, decía Javier Heraud, quien fuera acribillado en uno de ellos (en el Madre de Dios).
Las terrazas que les servían de delineadores se han derrumbado y han perdido su forma. Parece que el caudal se hubiera secado. ... hay árboles a mi alrededor sombreados por la lluvia. Yo soy el río.
Los ríos agonizan con los sedimentos que el shute arroja.
Pero a veces soy bravo y fuerte, pero a veces no respeto ni a la vida ni a la muerte…
La chupadera produce un fango en el que se pueden revolcar cien piaras de cerdos.
Hablar de aguas limpias, peces y plantas acuáticas es retroceder cuarenta años, a los tiempos de Heraud. Y todo se disolverá en una llanura de agua, en donde un canto o un poema más sólo serán ríos pequeños que bajan, ríos caudalosos que bajan a juntarse en mis nuevas aguas luminosas, en mis nuevas aguas apagadas.
Aunque no sea un final muy poético, debemos terminar así: el departamento de las reservas naturales y las áreas protegidas está en camino a convertirse en el de la gente tembleque y en el del suelo impúdicamente calato.