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Revista Ideele N°301. Diciembre 2021. Imagen: Vallejo-Revista CulturalEn medio de la novela, una señora le pregunta al Flaco si es escritor. Es de noche en el Juano de Barranco. El Flaco le responde que hubo un tiempo en que escribía, hacía reportajes y entrevistas. Ahora solo trabaja de mesero. La señora le dice que se parece a un viejo amigo, que por eso le pregunta. Un poeta muy talentoso, con una vida excesiva y un final trágico. Su nombre era Claudio Blaschuk y era cliente del bar.
El Flaco siente una atracción inmediata por la vida de este «poeta maldito de los años noventa». Quiere escribir sobre Barranco y que Claudio Blaschuk sea el protagonista de su novela. Decide investigar. La estructura la empieza a ver «periscópica», un juego de espejos.
Más adelante, leyendo los poemas de este enigmático personaje, el Flaco decide que la obra deberá llamarse “Barranco City Mon Amour”. El nombre le gusta porque parece el de una película de Wong Kar Wai.
Gonzalo, nieto del Juano, también es escritor, aunque hace tiempo que no escribe. El Flaco y él se pasan las noches trabajando en la barra de aquel emblemático bar barranquino, entre espuma de cerveza y olor a cebolla y vinagre. Conversan. Gonzalo le cuenta sus aventuras amorosas. Siempre interruptas. Excepto una: Susy, la chica de las dos trenzas y la casaca de jean, que se dedica a dibujar personajes inventados.
Una de esas noches, el Flaco le habla de la novela que quiere escribir. «Lo que necesitas, tal vez», le dice Gonzalo, «son muchos personajes. Muchas historias, sin que haya un tronco definido.» Claudio Blaschuk no será el protagonista, sino la atmósfera.
Fernanda, en otro momento de la novela, es una colegiala adolescente y está en el parque de la Pera. Piensa en Francesca mientras mira el mar bajo los acantilados. Es lo que hace cada vez que quiere escapar de la asfixiante mirada de Madre. Entonces ve a un tipo largo, lampiño, con el pelo cayéndole sobre los hombros. Es Andrei, el Vampiro. Ella le pide un cigarrillo. «Okey», dice él, «pero voy a tener que chuparte la sangre». Fernanda, que viste un uniforme de colegio color verde, no sabe todavía que aquel es el pacto de un amor malsano y el inicio de un aletargado descenso a los infiernos, cuyo nombre es La Pocilga.
Desde otro frente, Lola recuerda su vida quince años atrás. Entonces sus padres la habían cambiado de colegio, vomitaba todo lo que comía y estaba escribiendo un ensayo sobre la bulimia, para su curso de Lengua y Literatura.
Una tarde en el bar de su abuelo, ve llegar a su primo Gonzalo con un gato bebé, a quien le da leche con una jeringuilla. Lola recuerda ese primer paseo con su primo por el parque Municipal de Barranco. El primero de una serie de encuentros a lo largo de los años, que irá dibujando, bajo las luces amarillas de los postes y entre la densa neblina limeña, el oscilante camino hacia el desastre.
En Barranco City Mon Amour, publicada en agosto por la editorial Narrar, Pedro Casusol, escritor y periodista peruano, representa esa atmósfera desangelada que el Flaco encuentra en los versos del poeta Claudio Blaschuk: «Hubiera querido escribir rosas en los pinos y pinos/ en la saga de la historia(…)».Hubiera, pero no fue así. Porque, sobre todas las cosas, Pedro Casusol ha querido representar el paso del tiempo, su carácter irreversible, con la estética melancólica que adquiere en la memoria, al estilo de las películas de Wong Kar Wai. De allí que la niebla limeña, el humo de cigarrillos, las florecitas amarillas del guaranguay y las huellas de las jarras de cerveza sobre las mesas del Juano, adquieran por momentos una tonalidad hongkonesa.
Es de noche y Fernanda se está fugando de las garras de Madre. El Vampiro la lleva al tercer piso de una casona vieja, donde vive una comuna hippy, la Pocilga. Andrei le presenta a Amín y a Roxana, que están viendo una película «en la que dos chinos bailan tango en Buenos Aires mientras intentan sobrellevar una relación que se ha vuelto tóxica». Amín está conmovido, tiene los ojos anegados. De alguna forma, nos iremos dando cuenta conforme avanza la trama, el baile de Lai Yiu-Kai y Ho Po-Wing en Happy Together, lo retrata.
La cineasta catalana Isabel Coixet entrevistó a Wong Kar Wai en el 2009. En un momento, le pregunta al director shanghainés por qué en sus películas los personajes siempre quieren robarle algo a los otros. Él le responde que esa es la clase de gente que le interesa: «la gente que mira por la ventana lo que hacen los demás, la gente que intenta robar algo de la vida de los otros, para sentir así que algo suyo les pertenece».
A Pedro Casusol también le interesa las personas que miran y que quieren que algo les pertenezca. No parece sentirse atraído por las grandes acciones, por los giros efectistas en la trama o por dejarnos colgados del acantilado al final de cada capítulo. Su estrategia es más bien estática. Las acciones que interesan son las que suceden dentro de los personajes. Las grandes transformaciones en Barranco City Mon Amour se componen de pequeños movimientos en el interior de las personas que nos cuentan la historia. Pero, además, para narrar, los personajes se sitúan en la periferia de ellos mismos. De allí sus silencios.
Cerca del final de la novela, Lola camina hacia la playa, otra vez es de noche en esa ciudad decadente, que alguna vez estuvo llena de flores y de poetas. De pronto, el hedor de un perro muerto la traslada en el tiempo. Recuerda esos días con su primo Gonza, en que él le contaba sus aventuras adolescentes, teñidas de la luz amarilla de los postes, de parques iluminados y del color de las películas viejas. Lola preferiría ese mundo a cualquier otro. Pero ese mundo ya no existe y eso es lo violento.
En la entrevista citada antes, Wong Kar Wai le dice a Isabel Coixet que lo que a él le interesa en sus películas es que cada uno piense qué es lo que ocurre. «Ya hay demasiados directores interesados en contar las cosas hasta la saciedad, hasta que no quede un resquicio de misterio». Pedro Casusol provoca ese misterio a través de la polifonía y las narraciones fragmentadas desde sus tempranos relatos en Cat Food(2008). Él mismo ha reconocido que es una apuesta peligrosa, porque algunos lectores pueden tirar la toalla. Sin embargo, a él siempre le han gustado las historias fragmentadas, donde los lectores también buscan y participan, y donde los personajes comen, ven películas y guardan silencio.
La película In the mood for love(2002), del mencionado director shanghainés, termina con una frase que resuena cada vez que leo las últimas páginas de Barranco City Mon Amour: «Él recuerda esa época pasada, como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo, el pasado es algo que puede ver, pero no tocar». El protagonista hongkonés, Chow, redactor jefe de un diario local, le ha contado su historia a un agujero y lo ha tapado con barro para que nadie la encuentre. Pedro Casusol ha decidido escribirla.
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